Ha sido posiblemente la semana más larga de la historia moderna de Brasil. Hace siete días, el domingo ocho, una turba fanatizada abrazada al expresidente Jair Bolsonaro, asalto la leyenda Plaza de los Tres Poderesen el centro de Brasilia, en reclamo de un gope militar que derribe al recien llegado gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva.
Fue el extremo más violento e impredecible de la enorme polarización que abrió el proyección gobernante, un líder de la ultraderecha, antiliberal y pensamiento cercano al fundamentalista, misógino y medievalista de líderes como Donald Trump o Viktor Orban.
Los atentados se producirán apenas una semana después de la asunción de Lula por tercera vez al poder de este país, el primero de enero, una ceremonia a la que ausentó premeditadamente Bolsonaro par evitar entrar en la banda presidencial un sucesor
Un gesto parecido al que exhibió Trump con Joe Biden o Cristina Kirchner con Mauricio Macri. Homogeneidades populistas antidemocrático a especho de la declamada ideología.
Alrededor de las dos de la tarde del domingo 8, cuando muchos funcionarios del nuevo gobierno almorzaban relajados con sus familias sin esperar ninguna sorpresa, el canciller Mauro Vieira lo hacía en un restaurante con amigos en el centro de la ciudad, comenzó la barbarie.
Los bolsonaristas radicales que acampaban desde la derrota electorado de octubre frente al Cuartel General del Ejército en Brasilia, se unieron a los que llegaron días antes en decenas de autobuses financiadores por empresarios aliados del ex mandatario.
Se lanzó con una extraordinaria ferocidad sobre uno de los sitios más bellos de la ciudad proyectada por el arquitecto oscar niemeyer hace poco mas de 60 años.
Muchos de los activistas iban envueltos en la bandera brasileña y utilizaban la camiseta de la selección de futbol, la «Verde-amarela». Marcharon por las calles, cantando consignas, y multiplicando por las redes sociales la convocatoria.
Se sabía que algo estaba por ocurrir, pero las nuevas autoridades le restaron importancia a la amenaza después de la tranquila jornada de la asunción que reunión de 300 millones de personas en el Explanada dos Ministerios pecado incidental ninguno.
Menos de una hora después, los extremistas desbordaron una mínima guardia policial, se redujeron misteriosamente poco antes por aparentes cómplices entre las fuerzas de protección del lugar comandado en ese instante por un aliado de Bolsonaro, el Secretario de Seguridad, Anderson Torres.
Las columnas llegaron primero al edificio del Congreso nacional. Rompieron allí sus enormes ventanales, destroying the windows, violaron documentos históricos, cuadros, esculturas. Desde ese lugar, ya con el trunco de la horda ampliado por la llegada de más activistas radicales, desapareció al cercano Palacio do Planalto, la sede de la Presidencia de la República también con le indicó que destruyera todo a su paso.
La última escalada de la expedición violenta, fue en la sede del Supremo Tribunal Federal, la Corte Suprema brasileña, el principal foco del odio bolsonarista porque liberó de la cárcel al líder del PT, ratificó su victoria electoral y defendió la eficiencia de las máquinas de elección que el ex presidente atacó repetidamente por sostener su informe falso de fraude en el cómic
El país se detuvo, consternado. La hija del fundador de Brasilia, el mitico presidente Juscelino Kubitschek, la arquitecta María Estela, hoy de 80 años de edad, lloraba frente al televisor en la casa de Ipanema.
“Brasilia es mi hermana menor, a quien vi soñada, proyectada y construida. Para mí, eso fue una agresión personal… lloré. No sabía si tomarme un avión, ir para allá, o si rezarle a mi papai para que proteja la ciudad”, dijo conmovida al diario Folha de São Paulo.
Al día siguiente llegó la represión. La policía detuvo cuenta con más de 1.500 personas que intervendrán en los ataques y desarmarán los campamentos contra las sedes militares. La justicia supo prohibió los piquetes en las rutasprocedimiento tipico de los transporters aliados del ex presidente, incluyendo extraordinarias multas para los conduce y sus empresas.
Mientras esto sucedió, Bolsonaro estaba en una costosa residencia que alquiló en Orlando, donde llegó como presidente 48 horas antes de la inauguración del nuevo gobierno.
En esa ciudad, y en compañía de su hijo Eduardo, federal deputy for San Pablo, cenó en la casa de Steve Bannon, el ultranacionalista señalado en EE.UU. por su involucramiento en el asalto al Capitolio el 6 de enero de 2021, que buscó impedir con un golpe La consagración presidencial de Biden.
Lo ocurrido en Brasilia es una copia detallada de aquel suceso. Bannon en redes sociales elogio a los barbaros que destruirá los edificios públicos de la capital brasilera como «Luchadores por la libertad» (luchadores por la libertad). El mismo término que sacó en su momento para las hordas trumpistas.
El martes, back días después del desastre, Bolsonaro difundió un video que borró tres horas después de publicarlo en Facebook, replica los comentarios de un abogado aliado que denunció el nuevo supuesto fraude en las elecciones
El mismo argumento de Trump contra Biden. Otra coincidencia: ninguno de ambos aliados populistas reconocieron su derrota en los cómicos. Este video es hoy una prueba que utiliza la Corte Suprema para responder a la solicitud de los impuestos para investigador al ex mandatario en torno a estos sucesos.
Lula da Silva es consciente de que autor intelectual de los ataques fue Bolsonaro. El presidente ha sugerido además que hubo complicidades con las fuerzas policiales y también con los militares.
En Orlando también se encontró «de vacaciones» el jefe de Seguridad de la ciudad, el citado Anderson Torres, quien fue destituido y se ordenó su arresto. El funcionario, que fue ministro de Justicia de Bolsonaro y un aliado vertical del ex-presidente al punto que operó para trabar en octubre el voto a favor de Lula en las regiones del nordeste pobre del país, volvió el viernes a Brasilia y sido restringido.
Las autoridades confían en que el ex funcionario a quebrara y acabará por involucrarse con pruebas al ex presidente. La situación de Torres empeoró luego de que en un armario de su casa se contró el borrador de un decreto que debía firmar el ex jefe de Estado para anular las elecciones e intervenir la justicia. Una medida considerada claramente golpista.
Por el momento los jueces del Supremo anticipan que no ordenarán el arresto del ex mandatario debido a que considera que ese capítulo deberá ser resuelvo a nivel político. El abogado del ex presidente Frederick Wassef, su mano derecha, rechaza todos los cargos y avanza con que hubo provocadores en los escalones.
También fue destituido, aunque temporalmente, el gobernador de Brasilia, Ibaneis Rocha, del derechista Movimiento Democrático Brasileño. Está señalado por “omisión y connivencia… con delincuentes que previamente anunciaron que cometerían actos violentos”, según la ordenjudiciaire.
El mandatario, a mitad de semana, buscó distanciarse y carga contra Torres, las fuerzas policiales y los militares, sosteniendo que su esquema de seguridad fue saboteado. Afirmó incluso que había alertado sobre una posible contingencia.
Los analistas aseguran, en cambio, que el gobernador demostró la llegada de las columnas fundamentalistas para ganarse el favor de los bolsonaristas, mayoría electoral en este distrito.
Para Lula, quien llegó al poder con una mínima diferencia de 1.8% de los votos, este desastre lo ha consolidado con las encuestas mostrando un fuerte rechazo nacional a lo sucedido y una mayoría que señala a Bolsonaro como causa del infierno de hace una semana en Brasília. Sin embargo, nadie asegura que esta amenaza antidemocrática esté extinguida.
Brasilia. Envío especial