La israelí Yocheved Lifschitz, de 85 años, ha explicado este martes en conferencia de prensa desde Tel Aviv cómo fue su cautiverio en la franja de Gaza durante los 17 días que permaneció en manos de Hamás. Lifschitz relató que había sido golpeada por milicianos cuando la llevaron a Gaza el 7 de octubre, pero que después la trataron bien durante su cautiverio de dos semanas, según informó la agencia Reuters.

Lifschitz fue una de las dos mujeres liberadas a última hora del lunes, junto a Nurit Yitzhak, de 80 años, también conocida como Nurit Cooper. “He pasado por un infierno, no pensábamos ni sabíamos que llegaríamos a esta situación”, declaró la anciana, sentada en una silla de ruedas a las puertas del hospital de Tel Aviv al que fue trasladada tras su liberación.

Lifschitz compareció ante los periodistas junto a su hija Sharone y relató que la habían subido a una motocicleta y la habían llevado desde su kibutz de Nir Oz hasta la cercana franja de Gaza. “Cuando estaba en la moto, tenía la cabeza a un lado y el resto del cuerpo al otro. Los jóvenes me golpearon por el camino. Me golpearon en las costillas y me costaba respirar”. Lifschitz indicó que los milicianos le quitaron el reloj y las joyas antes de conducirla hacia la Franja con la moto a través de unos matorrales.

Su nieto, Daniel Lifschitz, había declarado a Reuters en Tel Aviv, antes de su liberación, que tanto ella como su esposo, Oded Lifschitz, de 83 años, que aún permanece en manos del grupo palestino, han sido activistas por la paz durante toda la vida. “Durante más de una década, llevaron a palestinos enfermos de la franja de Gaza, no de Cisjordania, sino de la franja de Gaza, todas las semanas desde la frontera de Erez a los hospitales de Israel para que recibieran tratamiento para sus enfermedades, para el cáncer, para cualquier cosa”, añadió el nieto.

Yocheved Lifschitz no eludió las críticas hacia el Gobierno israelí mientras relataba detalles de su cautiverio: “[Los secuestradores de Hamás] volaron la valla electrificada, esa valla especial cuya construcción costó 2.500 millones de dólares, pero que no ayudó en nada”, prosiguió Lifschitz. La antigua activista dijo que ni el Gobierno israelí ni el ejército ni los servicios de inteligencia se tomaron en serio las señales amenazantes que llegaban por parte de Hamás desde hacía tres semanas. “Fuimos los chivos expiatorios del Gobierno. […] El Gobierno nos abandonó tres semanas antes. [Hamás] vino en masa a las carreteras, prendieron fuego a nuestros campos, enviaron globos que provocaban incendios en nuestros campos”.

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Lifschitz también relató el momento inicial del ataque del 7 de octubre, en palabras recogidas por el diario israelí Haaretz. “Asaltaron nuestras casas. Golpearon a la gente, tomaron algunos rehenes. No distinguieron entre jóvenes y ancianos, fue muy doloroso. Nos llevaron a la entrada de los túneles. Llegamos al túnel y caminamos kilómetros sobre suelo mojado. Hay un sistema gigante de túneles, como telarañas”.

Lifschitz añadió: “Cuando llegamos nos dijeron que eran creyentes del Corán, que no nos harían daño y que viviríamos en las mismas condiciones que ellos en los túneles. Empezamos a caminar por los túneles. La tierra está mojada y todo está siempre mojado y húmedo. Llegamos a una sala con 25 personas dentro. Al cabo de dos o tres horas separaron a cinco de las personas de mi kibutz, Nir Oz. Nos vigilaron de cerca”.

La anciana declaró que los secuestradores facilitaban medicinas a quienes las necesitaban. Según su testimonio, recogido de forma minuciosa por los periodistas israelíes de Haaretz, los rehenes recibieron buen trato y los secuestradores fueron amables con ellos. “Nos tumbaron en colchones, se aseguraron de que no enfermáramos y teníamos un médico con nosotros cada dos o tres días”.

Lifschitz indicó que los secuestradores dividieron a sus víctimas en grupos según el lugar de residencia. “Nos mantenían muy limpios. Se aseguraron de que comiéramos lo mismo que ellos: pan de pita con queso blanco, queso fundido y pepino”. Cuando se le preguntó por la imagen del momento de su liberación, en la que se la ve estrechando la mano de uno de los secuestradores de Hamás, Lifschitz dijo: “Nos trataron con delicadeza y nos cuidaron. Estaban preparados para esto, llevaban tiempo preparándose. Tenían todo lo que necesitarían las mujeres y los hombres. Incluso champú y acondicionador”.

Aún quedan 220 rehenes en manos de Hamás.

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