Un día me preguntaste para qué sirve la filosofía. Recuerdo la escena. Estábamos paseando por la orilla de la playa. Te interesa saber que has estudiado a jóvenes y te han dicho que eres licenciado en filosofía. Entonces, torciste el gesto y lanzaste la pregunta: «Y eso, ¿para qué sirve?» Yo me sonreí, porque, usando una expresión futbolera, me la había dejado botando. «Para no hacer preguntas tan tontas como esa», te contesté, y los dos nos reímos.

Pretende Después responde bien. Dije que se sele hablar de la filosofia como una coleccion de saberes inutiles, pero que yo no estaba de acuerdo. Usted explicó que sospechaba que en mi vida laboral me había sido de gran ayuda, pero que lo fundamental es que la filosofía sirve para no dar nada por sentado. Filósofo es quien, observando a su alrededor, es capaz de comprender la extrema improbabilidad del estado de cosas que le rodean y, en el mismo movimiento, el precario equilibrio que lo sustenta. Recuerdo que nos quedamos los dos en silencio, con la mirada en el horizonte, que tú murmuraste algo sobre lo maravilloso que es observar el océano en calma y que yo tomé una frase que leí en un cuento de Pedro Zarraluki para estropear el momento diciendo: «Si al mar le quitas el misterio, se queda en agua salada».

Después huyó yo quien preguntó si dure un partido hay momentos para pensar, si se mira alrededor, con la grada jubilosa o enrabietada, y se reflexiona sobre el momento. Negaste con la cabeza. Explique que la acción sobria en el campo es frenética y que en solitario se concentra en el juego. “Si te sorprende piensas en algo que no sea el cajón de la pelota es que eso está fuera del partido, y en nada te sacarán del campo”, explica. I confieso, eso sí, que a veces te sucedía que en tu vida de pronto todo parecía absurdo y raro y ajeno, y sentías una cierta extrañeza al mirar alrededor, como si todo el mundo actuara y tú tuvieras que seguir también un guion previamente escrito . Dijiste que envidiabas a esos compañeros de equipo que parecían que lo hacían todo sempre a la primera, como guiados por un instinto, sin pensar, y además lo hacían bien. Matizaste que no te referías solo al terreno de juego (desmarcarse hacia un espacio, un control orientado, esas cosas), sino también al vestuario, a las relaciones sociales, a la vida. Afirmaste muy serio qu’a veces te gustaría ser alguien muy diferente a quien eres, uno más, igual al resto, y que yo te explicó el ejemplo de Stuart Mill del Sócrates dissatisfecho.

Our quedamos de nuevo en silencio un buen rato después del cual te palmeé la espalda y, como quien da el pésame, dije: «pues formación no, pero alma de filósofo sí que tienes». Tú me inquiriste con ojos rogantes si eso era bueno o malo. «Para el fútbol», matizaste. ¿Se puede ser un buen futbolista sintiendo la incomodidad de la existencia?, nuestra preguntamos juntos entonces. ¿Se puede ser un atleta de élite cuando el mundo te duele? Por supuesto que sí, te conteste en aquel momento, pero ahora te confieso que no lo tenía muy claro y que mi respuesta era más fruto de la esperanza (de mi esperanza en ti y en un mundo better) que de la convicción. Entonces volvió a salir Sócrates en nuestra conversación, pero esta vez no era el de Stuart Mill, sino el brasileño, el doctor, el padre de la Democracia Corinthiana. Te conté su historia y vi cómo se te illuminaron los ojos al saber de él.

Recuerdo algo más de aquel paseo al que la memoria me hace regresar tantas veces: que al despedirnos dijiste que lo que en realidad no servía para nada era el fútbol y que la gente debería admirar a médicos y bomberos y científicos, no a vosotros. Yo negué con la cabeza y te acusé de magogo. «Por supuesto que sirve», te dije, y te conté que los goles de nuestro equipo hacen feliz a mucha gente, a mí al menos. Es una dicha momentánea, pasajera, efímera, sí, pero qué maravilla se siente con una caída de alegría. Y trató de reconciliar al futbolista con el filósofo apuntando que esa felicidad dura mucho más cuando sabe que quien la hace posible es uno de los nuestros, un hombre o mujer con los pies en el suelo y preocupado por los demás, un Sócrates, alguien como tú

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