La represalia no era solo esperada. También anunciada por el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien aseguró el martes que ya había decidido cómo reaccionaría su país al ataque con drones contra una base estadounidense en Jordania dos días antes, en el que murieron tres militares. Sin embargo, su materialización este viernes, con ataques contra más de 85 objetivos en Irak y en Siria de milicias respaldadas por Irán, ha aumentado la preocupación ante una posible expansión de la tensión en Oriente Próximo a cada vez más actores y países. Los ataques mataron en Siria a 23 personas que guardaban las instalaciones, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos, con observadores en el terreno, y en Irak, a 16, entre ellos civiles que se encontraban cerca de los lugares atacados, ha informado el Gobierno. Según el Comando Central de Estados Unidos (Centcom), la aviación militar empleó 125 municiones de precisión.

Como también era de esperar, los países atacados, e Irán, han criticado la represalia. El primer ministro de Irak, Mohammed Shia al-Sudani ―quien viene compaginando declaraciones conciliadoras con Washington con peticiones de que las fuerzas de la coalición contra el ISIS que lidera abandonen el país― aseguró que los bombardeos “ponen la seguridad de Irak y de la región al borde del abismo”. El Gobierno de Siria, apoyado por Rusia e Irán en la guerra que dura ya 13 años, calificó a Estados Unidos de “principal fuente de inestabilidad global”, mientras que Teherán habló de “error estratégico” de Washington que “lo involucra aún más” en la región y “oculta los crímenes” de Israel en Gaza.

Otras voces con más distancia han advertido del riesgo de que los ataques incendien aún más la región en un momento en el que no falta gasolina. Sin mencionarlos expresamente, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha advertido de que Oriente Próximo es “una caldera que puede explotar” y ha pedido “a todos” esfuerzos para evitarlo. Este sábado, Estados Unidos y el Reino Unido lanzaron nuevos ataques contra objetivos de los milicianos hutíes en Yemen, según dijeron funcionarios estadounidenses a Reuters. Desde el 12 de enero, Washington ha atacado objetivos de esta milicia, también respaldada por Irán, sobre todo en el estratégico puerto de Al Hodeida, en el mar Rojo, para tratar de destruir su capacidad de golpear con misiles y drones a los barcos que transitan por esas aguas en dirección al canal de Suez.

Pese a las señales de alarma, el tipo de represalia elegida por Estados Unidos, al menos en esta primera fase, no parece mostrar interés en expandir el conflicto. Washington ―que en 2020 mató cerca de Bagdad al general Qasem Soleimani, responsable de la Fuerza Al Quds (el brazo regional de la Guardia Revolucionaria, el que dirige las franquicias regionales), en respuesta a varios ataques mortales sufridos por sus tropas en Irak― podría haber optado por el asesinato selectivo de algún líder de las milicias o por apuntar más directamente a Teherán.

Los objetivos han sido, en cambio, “centros de operaciones de mando y control, centros de inteligencia, cohetes y misiles, almacenes de vehículos aéreos no tripulados, e instalaciones logísticas y de la cadena de suministro de municiones”, según el Centcom. Se trataba más bien de pasar el mensaje que resumió el presidente, Joe Biden: “Estados Unidos no busca el conflicto en Oriente Próximo ni en ningún otro lugar del mundo. Pero que sepan esto todos aquellos que intenten hacernos daño: si dañan a un estadounidense, responderemos”, añadió.

Precisar milimétricamente el impacto de los ataques para evitar una deriva del conflicto parece explicar, según analistas y expertos, que fueran tan prudentes, es decir, limitados en sus objetivos. El analista de la CNN Nick Paton Walsh define este primer golpe como una respuesta “comparativamente limitada” a la peor pérdida de vidas estadounidenses en la región en casi tres años. La Administración de Biden, explicó el experto, tiene por delante “una tarea casi imposible: golpear lo suficientemente fuerte como para demostrar que vas en serio, pero también asegurarte de que tu oponente encaja el golpe sin arremeter a su vez”.

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A esto se suma la velocidad con la que Irán se desmarcó del ataque a la base en Jordania, lo que dejaba en una posición delicada a Washington: interpretarlo como una mera estratagema de tirar la piedra y esconder la mano habría supuesto subir varios grados la tensión. También la asunción de que el anuncio por el grupo que lo reivindicó, Kataeb Hezbolá, de que suspendía todas sus operaciones contra tropas estadounidenses no habría sucedido sin la presión de Teherán, interesado en aguijonear a Israel y a su principal aliado, pero no en un conflicto abierto.

Equilibrio difícil

Un equilibrio difícil, impedir nuevos ataques a sus fuerzas desplegadas en la región sin provocar la extensión del conflicto, es la idea que más se repite en las escasas reacciones a la represalia estadounidense. El secretario de Defensa, Lloyd Austin, ha corroborado que el golpe es solo la salva inaugural de una ofensiva cuyo alcance y calendario se mantiene en secreto. Los ataques son únicamente “el comienzo de nuestra respuesta”, ha dicho Austin, calcando la declaración de Biden de que “se desarrollará en los momentos y lugares que elijamos”.

La andanada de ataques duró apenas 30 minutos, especificó el viernes John Kirby, responsable de comunicación estratégica del Consejo de Seguridad Nacional, y se decidió en función del tiempo. “Se diseñó en función del tiempo, [atacamos] cuando vimos la mejor oportunidad meteorológica. El buen tiempo se presentó hoy [por el viernes] y lo llevamos a cabo”, explicó el teniente general Douglas Sims, director del Estado Mayor Conjunto. Washington analiza las imágenes satelitales para valorar el alcance de los daños, es decir, el número de bajas entre los combatientes proiraníes, si bien la Casa Blanca cree que fue un éxito, apuntó Kirby. El portavoz también declaró que las autoridades de Bagdad fueron avisadas previamente ―algo que estas niegan― y que no ha habido contacto alguno con Irán desde el ataque con dron del domingo, efectuado por Kataeb Hezbolá, integrado en la Resistencia Islámica de Irak, una denominación genérica que agrupa a distintas facciones armadas apoyadas por Teherán.

Aquel ataque, en el que también resultaron heridos al menos 25 militares, no fue inusual (se han registrado cientos en los últimos años, en particular desde el inicio de la guerra en Gaza), pero sí el único que penetró las defensas y llegó a los barracones. El drone fue confundido con uno propio que debía regresar a la base en esos momentos a la Torre 22, el puesto de avanzadilla atacado en las cercanías de la frontera con Siria, según mandos estadounidenses.

Desde el 7 de octubre, el día en que el ataque de Hamás en Israel desencadenó la guerra en Gaza que ha dejado más de 27.000 muertos y disparado las escaramuzas en la región, desde Líbano a Yemen, pasando por Siria e Irak, las fuerzas estadounidenses desplegadas en Oriente Próximo han sufrido más de 160 ataques de milicias vinculadas a Irán, según el cómputo del Pentágono. Y el del domingo fue el primero letal.

La acción de represalia ha sido, sin embargo, mucho menos osada que el asesinato de Soleimani, una pieza de caza mayor en comparación con los últimos objetivos sin nombre. Se produjo en el último tramo de la presidencia de Donald Trump. La diferencia es que entonces no había una guerra en la región como la de Gaza, y también que el conflicto palestino-israelí, que Biden pretendía orillar para centrarse en frenar a China, ha acabado estallándole en las manos en el tramo final de su presidencia, y en plena campaña para la reelección. Este sábado se celebra precisamente la primera cita del calendario de las primarias demócratas, en Carolina del Sur, cuando las últimas encuestas corroboran la ventaja en la intención de voto de cara al 5 de noviembre de su rival, el candidato republicano Donald Trump. El último sondeo, publicado este viernes por la CNN, da al expresidente un 49% frente al 45% del demócrata.

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