La voz de la oposición que aguanta en Rusia no se ha apagado del todo con la extraña muerte del disidente Alexéi Navalni. El partido Iniciativa Cívica no logró que su candidato, Borís Nadezhdin, tuviese permiso para competir con Vladímir Putin en las elecciones de marzo, pero consiguió llamar la atención de cientos de miles de rusos y ahora es otro dolor de cabeza para el Kremlin dentro de su propio sistema. “La muerte de Alexéi Navalni es un asesinato político, independientemente de los motivos específicos de su muerte. Su encarcelamiento por motivos políticos y los numerosos acosos rayanos en la tortura a los que fue sometido en las colonias penales le llevaron a su trágico final”, ha denunciado la formación a través de un duro comunicado en el que, acatando las leyes rusas, repite la mención obligatoria de que el disidente era “declarado extremista y terrorista por el Ministerio de Justicia”.

Las causas de la muerte de Navalni no han sido esclarecidas. El diario Nóvaya Gazeta Europa, declarada “organización indeseable” por el Kremlin, ha revelado algunos detalles sin verificar sobre lo sucedido el día de su muerte. Según contó un médico del servicio de ambulancias del hospital donde fueron llevados los restos mortales del disidente, en su cuerpo había varios hematomas. “Tengo mucha experiencia y, por cómo me las describieron, las provocaron unas convulsiones”, relató.

Asimismo, un preso de la cárcel IK-3 de Jarp, donde estaba recluido el disidente cuando murió, dijo al mismo medio que obligaron a todos los presos a encerrarse en sus celdas la noche antes del suceso y “hubo mucho jaleo” en la prisión. Según su versión, supieron de la muerte de Navalni “sobre las 10 de la mañana”, un par de horas antes que la versión oficial.

“Exigimos la liberación inmediata de los presos políticos y una reforma radical de los sistemas judicial y penitenciario de Rusia”, ha reclamado Iniciativa Cívica en su mensaje. El partido, de tendencias liberales y fundado por el primer ministro de Economía que tuvo la Rusia pos-soviética, Andréi Necháyev, mantenía “diferencias políticas” con Navalni, aunque los dos movimientos coincidían en que los ciudadanos rusos debían votar a otro candidato alternativo a Putin en las elecciones presidenciales del 15 al 17 y no boicotearlas.

“No tengo palabras, solo lloro”, manifestó este fin de semana el candidato de Iniciativa Cívica al conocer la muerte de Navalni. “Es un shock. Es horrible. Mi más sentido pésame para Yulia —la esposa del disidente— y los niños”, agregó Nadezhdin, cuya postulación por sorpresa como candidato independiente movilizó a los rusos hartos del Kremlin. El político consiguió más de 200.000 firmas para concurrir en los comicios, pero la comisión electoral central rechazó su postulación con la alegación de que miles de ellas presentaban supuestamente irregularidades. La oposición, sin embargo, cree que ha sido un veto directo del Kremlin, en particular de uno de los asesores de presidencia más próximos a Putin, el estadista Serguéi Kiriyenko.

“Muchas firmas fueron rechazadas debido a discrepancias entre los datos del pasaporte del firmante y el certificado del Ministerio del Interior. Nos pusimos en contacto con toda la gente para aclarar los datos y defender sus firmas. No estoy de acuerdo con la negativa de la comisión electoral para registrarme, y por eso impugnaré la decisión ante el Tribunal Supremo”, anunció Nadezhdin este sábado en la página web de su candidatura.

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Nadezhdin se encuentra en una situación difícil. Cualquier tipo de protesta, por pequeña que sea, es barrida por la policía, y la mayoría de los políticos que han disentido con el Kremlin por la invasión de Ucrania han sido encerrados en la cárcel. Tras la muerte de Navalni, que muchos rusos consideran un asesinato, toda la atención está puesta sobre él, incluida la de Putin. “Tengo un plan B y un plan C —decía el opositor hace una semana al diario independiente Nastoyaschee Vremia—. Definitivamente, no habrá por mi parte manifestaciones no autorizadas, maidanes [en alusión a las protestas de Kiev de 2014 que acabaron con la huida del presidente Víktor Yanukovich]”.

Ni Putin ni el Partido Comunista, la segunda mayor formación de la Duma Estatal, se han pronunciado aún sobre la muerte de Navalni. Sí lo hicieron el candidato a presidente del populista Partido Liberal-Demócrata de Rusia, Leonid Slutski, que acusó a Occidente de utilizar el fallecimiento del disidente contra el Kremlin; y el candidato de Gente Nueva, Vladislav Davankov. Este último partido político, fundado en 2021 y al que Putin ha permitido presentarse a las elecciones, ha dejado entrever cierta moderación al negociar con Nadezhdin algún tipo de colaboración y lamentar la muerte de Navalni.

Llama la atención la dureza del comunicado en el que Iniciativa Cívica denuncia el “asesinato político” del opositor. El Kremlin ha intentado apagar cualquier símbolo de protesta estos días. Al menos 366 personas han sido detenidas en 39 ciudades del país, según la organización OVD-Info, cuando depositaban flores en los monumentos a las víctimas de la represión política.

“No lo entiendo, no es ni siquiera una manifestación, todo el mundo viene aquí y está callado. ¿Por qué detienen a la gente?”, lamentaba una joven de 28 años junto al Muro del Dolor —Stena skorbi, en ruso—, un monumento inaugurado por Putin en 2017 en el que una infinidad de figuras humanas sin rostro parecen marchar al Hades tras haber sido víctimas de Stalin. Horas más tarde, entrada la noche, varios funcionarios recogían todas las flores y las tiraban a la basura bajo una intensa nevada y la mirada con resignación de la policía encargada de vigilar el lugar.

El gran desafío de Nadezhdin

“El comunicado ha sido un paso muy audaz. Nadezhdin se encuentra dentro del país y es un comportamiento muy arriesgado”, dice a EL PAÍS la reputada politóloga rusa Ekaterina Shulman. “Antes de su recogida de firmas, estuvo en la escena política durante casi 30 años, pero no era una figura que estuviera en primer plano. Ahora lo está y sus declaraciones llaman la atención, goza de una visibilidad y una influencia potencial altas”, agrega en una conversación telefónica en la que advierte de que los riesgos del opositor, mientras siga dentro del país, “son muy grandes”.

Shulman apunta a que el Kremlin tomó nota de las enormes colas de ciudadanos que apoyaron a Nadezhdin con sus firmas y ha querido evitar correr riesgos con Navalni vivo antes de los comicios de marzo. “Pensaba que el equipo del presidente sacaría conclusiones después de las elecciones sobre lo que pasó con Nadezhdin, pensando que era inofensivo y al final recibió una ola de apoyo popular, pero es obvio que ha sucedido antes”.

“La toma de decisiones ha pasado completamente a manos de personas que solo piensan en términos de fuerza y tienen dos recetas para resolver cualquier problema: abrir un caso penal o un asesinato”, advierte Shulman. “Las autoridades siguen el principio no hay persona, no hay problema, y pensaron que no podían permitirse el lujo de correr ningún riesgo antes de las elecciones porque el estado de ánimo público es volátil”, agrega, aunque advierte de que el malestar social puede prender por cualquier lado: “Las personas descontentas se apresuran a buscar cualquier alternativa, aprovechan cualquier oportunidad para expresar de alguna manera su desacuerdo con lo que está sucediendo”.

“En estas condiciones, tener una persona que pueda, incluso tras las rejas, hacer un llamamiento a la población para comportarse de cierta manera durante las elecciones es demasiado peligroso. Es mejor aterrorizarlos a todos para que queden paralizados de miedo. Entonces, las elecciones se celebrarán con tranquilidad. Esta es la lógica del Kremlin”, apunta.

La politóloga insiste en no hacer comparaciones entre Putin y Stalin. “[La URSS] Era un régimen totalitario que estaba construyendo una especie de futuro nuevo, pero no encajaba en ese futuro y lo destruyó. Esto es una especie de ingeniería social. En Rusia nos enfrentamos a un régimen autoritario que tiene como objetivo retener el poder y, por tanto, actúa mediante la intimidación selectiva”, asevera Shulman.

“La represión no ha cesado, se ha intensificado, después de dos años de guerra, pero la persecución contra la oposición por su actividad política afecta a cientos de personas al año. Para un país grande, esto es una represión selectiva. Esto no las hace mejores, pero las autocracias modernas no tienen ni la necesidad ni los recursos necesarios para lanzar represiones masivas”, apunta antes de señalar la diferencia “con la URSS, Camboya o la Alemania nazi”. “Allí había ciertas categorías sociales que debían ser exterminadas completamente”, apunta la politóloga, quien recalca que “esta fue una determinada etapa de la historia que no se repite”.

“Putin solo busca aferrarse a sus objetivos. Por lo tanto, aquel que supone una amenaza es eliminado. Eso es todo. No necesita transformar la sociedad en otra cosa”, concluye Shulman.

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