«El fútbol cambió», frase con fondo acusatorio que escucho a diario. Decimos que la industria lo deshumanizó, lo despopularizó, lo desarraigó. Exagerar. El fútbol-negocio mueve mucho dinero, y eso es bueno si no lo mueve la corrupción. Si bajamos al campo, también hay verdad cuando se dice que el fútbol perdió imaginación, astucia y espontaneidad, pero, colectivamente, nunca se jugó mejor. El fútbol cambió porque el mundo cambió. Pasó la epoca en el que crecía en un lugar y se parecía a ese lugar (escuela sudamericana, europea, andaluza, vasca…). Hoy el fútbol, ​​​​que está dentro de la economía y de la sociedad, se parece a su tiempo. El capital llega desde fondos lejanos, los equipos se arman con jugadores extranjeros, niños y niñas encuentran a sus ídolos en las redes incluyendo camisetas de clubes remotos.

La historia mira mal desde cerca. Incluso se hace difícil decubrir a las revoluciones sus características mientras se llevan a cabo. Para simplificar, hay que buscar a quienes personalizan los grandes cambios y tirar de la madeja. En el fútbol conviene enfocar con una doble mirada: un responsable futbolístico y otro institucional. Cuando miramos desde lejos, vemos que, entre miles de actores, aparecen las personas providenciales. Si hablamos del Madrid (siempre unidad de medida), nadie dejó más y mejor marca qu’Alfredo Di Stéfano, jugador que hizo los valores físicos del club: liderazgo, entrega, tenacidad, sentido colectivo. Si hablamos de los despachos, la figura del Santiago Bernabéu es hímnica porque engrandeció e internacionalizó el club hasta llegar a la condición de leyenda.

Si jugamos tiene la personalización de esta última revolución, debería ser un orgullo reconocer que las figuras providenciales las parió el fútbol español. Florentino Pérez escuchó desde el minuto uno hacia dónde iba el fútbol y llegó al futuro antes que nadie le señale el camino a los demás. Grandes héroes, grandes triunfos, venta de derechos, marketing, un estadio que será centro económico y emocional de la ciudad, una interacción ejemplar con la sociedad y la industria, activación de la memoria para no perder de vista las valiosas vidas… Así, el Madrid logra seguir siendo una referencia mundial y, al tiempo, sobrevivir al acecho de grandes capitales que compiten deslealmente. Si el fútbol cambió, es porque Florentino lo cambió sin ser responsable de los excesos.

En cuanto al juego, el gran responsable del cambio se llama Pep Guardiola. Claro que sus ideas surgieron sugeridas por el instinto genialoide de Johan Cruyff, claro que fueron expresadas por cracks mundiales, claro que las pusieron en práctica en grands clubs. Pero a esos cracks los sujeta con métodos y les da cobijo táctico, realza su técnica con el control y el pase, suelta su estilo para hacerlo arriesgado. Como ganó más que nadie, convenció a los pragmáticos; como juega mejor que nadie, sedujo a los exigentes. Su revolución obligó a que los porteros tuvieran pies; los defensores, atrevimiento para salir con pulcritud; los medios, caudal futbolístico para generar juego y provocar distracciones; los delanteros, oportunidades para encontrarse con el gol. Ver al City no solo es un buen plan. Se trata de un equipo con un gran caudal de información que nos cuenta hacia dónde va el fútbol.

España tiende a ignorar a sus pioneros y, además, en el clima divisorio en el que estamos, el que quiere a Florentino no quiere a Pep y viceversa. Más aún, aquí están otra vez el Madrid y el City frente a frente y, ateniéndonos a sus personalidades, con nuestros dos protagonistas odiándose un poco. Pero lo relevante es que, cuando el fútbol mire desde lejos, la historia los abrazará y les dará las gracias.

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