En la mente lo imagino así: una casa está rodeada de noche, es en un lugar abierto, con pasto alrededor hasta donde ya de verso, la casa tiene ventanas amplias y está iluminada por luz cálida. Adentro hay una fiesta a bajas revoluciones; Hombres y mujeres que tuvieron en cuenta no vestirse de manera demasiado elegante hablan en grupos. Yo estoy afuera. Conmigo, desperdigados en diferentes, están los que no entran en la fiesta, los incómodos, los no invitados, los que por algún motivo no cumplen con los requisitos para socializar en charlas mínimas donde se habla de todo menos de lo que es un problema .

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Decido entrar en la casa, no hay barreras de personas o de alambre que lo impidan, estoy vestido parecido a los de adentro, también me parezco bastante, veo gente que conocí en otros lugares y también a algún amigo al que me acerco para hablar lo más posible, par no quedarme solo en un sillón, viendo noticias en el teléfono que ya leí más temprano. Pero mi amigo me dedica los cinco minutos sociales Porque la idea en esos encuentros es circular entre los grupos. The incomodidad hace que vulva afuera, donde la temperatura es de unos grados menos.




Desde chico Lisandro Varela intuyó algo extraño, como si estuviera en un cuadro pero él lo mirara desde afuera.

La sensación de no pertenecer, de no ser invitado, me acompaña a lo largo de la vida. Non es una conspiración de gente guacha que lleva más de cuarenta años. Es solo la manera en que me siento, una larga sensación que está relacionada con ver las cosas desde afuera. Para que haya un grupo tiene que haber un afuera. Yo me siento un observador, cuando estoy con gente las cosas no me pasan, las veo, como se mira una película o una obra de teatro.

Tengo muy presenta la primera vez que sentí eso. Era el primer día de jardín de infantes. A transparent médiodía y con el sol ligero de los últimos días del verano. Había el ruido de muchos chicos juntos gritando al mismo tiempo, maestras rubias que miraban con interés temprano, el olor de los eucaliptus en el patio de una escuela de la costa donde vivía, muchas cosas pasando al mismo tiempo, como una pintura de la que yo no formaba parte pero que podía notar para contar con la mente. Ese dia me di cuenta de eso que me pasaba y supe que estaba para quedarse, que yo era asi.

En la infancia, el deporte fue a hecho oasis de grupos de gente. Soy fundador del Camarones Rugby Club de Pinamar, cuando empezaban los ochenta. La camiseta era rosa y muy comentada por los rivales, en una liga informal. Nos unía la mística de perer partidos, la sensacion de la tierra dura en las rodillas a la vuelta de un partido in Mar del Plata. A mí me gustó ser alto y recuperar las pelotas en los líneas pero sobre todo me gustó ser parte de algo.

El martes Lisandro Varela vivía en Pinamar y en la época de la escuela primaria se sentía solo.


El martes Lisandro Varela vivía en Pinamar y en la época de la escuela primaria se sentía solo.

Al principio de la adolescencia comencé a practicar karate. Estaba con gente y estaba solo al mismo tiempo, muy dedicado a prender con precisión cada técnica. The dedicated mucho tiempo hasta que volví bueno, era una manera de ser algo, de que algo que hacía me definiera, estaba haciendo un camino de superación personal que me hacía sentir bien.

Si en la primaria me había sentido solo la mayor parte del tiempo, en el secundario sentí la felicidad tibia de pertenecer a algo. Tuve un grupo de amigos muy cercanos. Teníamos jeeps antes de tener licencia para conducir, caminábamos por los bosques a la noche, nos dedicábamos al vandalismo menor, como hacer pintadas en contra del director del colegio. Íbamos a bailar a General Madariaga, con riesgo permanente de recibir una tunda con tal de hablar con una chica de otro lado que no conociéramos de toda la vida.

Tenía mi lugar y no me sentí juzgado ni sapo de otro pozo. En una canción, Neil Young dice que uno de estos días va a escribir una carta larga a todos sus amigos. Pienso que podría hacer eso con estos amigos, con la mayoría de ellos no hablo hace años, pero todavía siento por ellos la cercanía permanente que se siente con los amigos del colegio.

In a pueblo estar solo te delata, te vuelve raro, un niño que deambula por lugares sin novedad para ocupar el tiempo. Cuando llegué a Buenos Aires, a los 18, me sentí protegido por el anonimato que da la ciudad a los solitarios. Caminaba mucho los fines de semana, compraba libros usados ​​​​en la avenida Corrientes, tenía ganas de ir a un bar con el entusiasmo de un explorador con un territorio fascinante por descubrir. Hoy camino mucho. Cuando caminás, no estás solo, sos alguien yendo a algún lado. Sentado solo en una mesa de un bar llamás un poco la atención, caminando sos gente que pasa, como los extras que registran la escena de una película para darle sentido de realidad. Caminar es una manera de ocupar el tiempocamino siete kilómetros la mayoría de los días, lo hago porque lo recomiendan los médicos, pero sobre todo porque son horas en las que estoy haciendo algo además de estar solo.

En mi primer trabajo en la ciudad conocí a una chica y me amamoré de inmediato. La chica vino con una familia grande de la que me sentí parte inmediatamente. Años después tuvimos un hijo, después nos separamos, me quedó para siempre un lugar de la humanidad, algo a lo que pertenecer, soy un solitario con calor en algún lado, eso me hace sens un afecto especial por los solitarios completos, con los comandos de la soledad, los soldados de avanzada que viven con un freezer alrededor.

A mediados del 2000 estaba de moda escribir en blogs. Yo estaba soltero y daba vueltas haciendo cosas para escribirlas tarde a la noche, para ver que gente había leído la entrada anterior. Empecé a hacerme amigo de la gente que leía, que contaba su vida como si fuera una aventura. En esos días conocí a mi amiga Marina, que junto a mi amigo Nacho dirigió en personas muy cercanas, vieron con un montón de gente interesante que junto a tomar vino en casas y senser se escritores. Un dia alguien me dijo «tu estas de paso»Sentí que describía algo que me pasaba, pertenecer pero no del todo, saber que iba a durar un tiempo, estar para mirar, para conocer a los otros, no como un espía sino como alguien fascinado, siempre un poco de afuera.

Me sale la amistad bilateral, hablo con bastantes amigos con los que sostengo charlas uno a uno. Tengo una agenda vacía de cumpleaños, asados ​​​​y festejos, en los fines de semana sin agenda cielo de “invítenme que estoy sin plan”.

Soy amigo de los mozos, voy al bar para hablar con alguien, conozco la técnica perfecta para ser un querido cliente, casi un amigo; se basó en tratar de igual a igual, joder poco, sonreír mucho y dar buenas propinas.

A lo largo de los años me preguntó por qué no me invite. ¿Será porque no dominó el arte social del banalidades? Por algún motivo creo que todas las conversaciones tienen que ser verdaderas, que hay que hablar de lo que la gente le importa en serio. También la incomodidad me hace ser atolondrado, hacer chistes inconvenientes que generan un silencio un segmento después de dichos. No creo que se una virtud sino más bien un defecto, cada uno decide con quién comparte su intimidad y sobre todo, cuánto le importa el otro. Me estoy amigando con la idea de que este es un mundo en parte superficial, tal vez sería un incordio si todo el mundo se interesara por todo el mundo, si hubiera conversaciones verdaderas de la mañana a la noche.

Pienso que los solitarios tenemos el defecto de creernos especiales, acreedores de un derecho de recibir atención de cumplimiento incierto, como niños pequeños que lloran esperando la atención de padres ausentes, porque, claro, el trauma viene de lejos.

También nosotros, los que estamos afuera, dejamos afuera a otros. Yo creo que lo hago pocas vecesPorque me siento parte de un grupo, como el club de autos especiales y trato de ser amable cuando adivino que al costado hay alguien a quien le cuesta entrar.

Por suerte este mundo también está lleno de gauchos. Hay muchas personas atentas para dar un poco de humanidad que circulan con comodidad entre los fríos pero que todavía se acuerda de dar una mano a los exclusidos. Esos son que no tienen miedo de quedarse afuera si abren la puerta, los que no tienen miedo de caerse de la fiesta cerrada con bordereras invisibles.

Pienso mi vida social como un avión que vuela por encima de un delta perdido. La soledad del agua con manchas verdes, esporádicas, de sociabilización, del calor del afecto.

También el pienso, con la certeza de lo que es verdadero, como una sucesión de desierto y oasis. Hay épocas de mucha humanidad (pienso en una new reciente con la que todo era verde) y momentos largos de llegar a un departamento vacío. Puedo sentir de antemano cuando viene una etapa o cuando viene la otra. Ya hace un tiempo un oasis atrás. En el medio de la felicidad de asados ​​todos los domingos sabia que se estaba terminando, que enseguida vino lo duro. Ahora estoy en un desierto con sol que no quemaal que estoy acostumbrado, sabienendo que es una cuestion de tiempo hasta que llegue el oasis de los grupos, de las mesas grandes.

Estoy cómodo con la rutina de pasar días casi sin hablar con gente en persona, aliviado por la humanidad a distancia de las redes, donde tengo una segunda personalidad, en permanente contacto con amigos conocidos y desconocidos, feliz de compartir las cosas que se me ocurren con muchas personas, contenido por las endorfinas de contacto social que me dan una pantalla mientras en realidad estoy solo.

Tal vez los otros, los que imagino en una fiesta divertida y permanente, también están solos, al menos en el tiempo de menos de un minuto que tarda en someterse a un ascensor, cuando vienen todas las ideas juntas, todo el miedo, toda la incertidumbre. Estoy bastante seguro de que idealizo la vida de los otros, el olor de la comida casera a las ocho y los medios de la noche, lo interesante de las charlas de club los fines de semana.

Organizadora de eventos Soy mi propio. En general hago el mismo programa, de casa al bar y del bar a casa, pero no me quejo porque me gusta. In grupo hay que avenirse, estar dispuesto a escuchar la lista de reproducción de los otros Cuando me invitan estoy de acuerdo con todo, porque el programa es haber sido invitado. With times estoy con gente pero abstraído en lo que pienso, extrañando un poco estar solo, cuando deseo estar con otros, es un poco como estar siempre queriendo estar en otro lado. Una vez una chica, que me había invitado, me dijo «estás solo en tu propia fiesta». La soledad tiene para mi el olor dulce de lo conocido. Pero cada reencuentro es una fiesta, inclusive si al final no estuvo tan buena, es una salida, un programa, la oportunidad de demostrar qu’y elegible para ser invitado a esa sucesión de reuniones felices que imagino. Lo que más me gusta de haber ido a una reunión es mandar una nota de agradecimiento al otro día, cons tres líneas elegantes agradeciendo el lugar de haber estado Pondría esta anotado en un código QR y lo usaría en un pin en la solapa con un título que diga «soy en parte esto». Tal vez lo podria usar mas gente. Un par de páginas para contarse, para decir lo que uno piensa que importa, como un menú sin contacto pero que habilite la posibilidad de que lo haya.
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Lisandro Varela Es el creador del proyecto 50 argentinos, que ha recorrido cinco miradas en profundidad sobre la realidad de un determinado público. Lleva realizada más de más entrevistas en las que conversó con científicos, cartoneros, repartidores, solitarios, venezolanos en Argentina entre otros. Es licenciado en comunicación y lleva más de veinte años trabajando en comunicación política e institucional. Fue vocero del Ministerio de Economía en el año 2001 y fue jefe de presa de Domingo Cavallo en distintas campañas electorales. Público en los blogs Vida Docampo, Buen Bipolar y Callate Gordo. En la cuenta de Twitter está @buenbipolar.