Han pasado dos décadas desde que María Corina Machado se dio a conocer al mundo entero. La política venezolana era el azote del chavismo, la primera que los llamaba dictadura, de las pocas que le decía al poderoso Hugo Chávez lo que pensaba. A él lo volvía loco. “Me has llamado ladrón”, le increpaba el líder boliviariano fuera de sí. Machado era reconocida por ser una dama de hierro, representar el ala radical y defender la confrontación más dura. Soñaba con hacer volar el chavismo por los aires. De aquella política 20 años más joven todavía quedan cosas, pero ya no es frente a quien se han rendido cientos de miles de venezolanos. La Machado que este domingo arrasó con más del 90% de los votos en las primarias de la oposición habla de vencer al chavismo, pero a través de las urnas y con la ayuda de Dios en lugar de la del ejército estadounidense, con la fuerza del dolor de ser una madre separada de sus tres hijos, como tantas en esa Venezuela de jóvenes exiliados.

Esta ingeniera industrial de 55 años nunca había congeniado con un país más a la izquierda de sus postulados. Su figura recababa apoyos entre la clase alta a la que siempre ha pertenecido su familia y entre la diáspora, pero en los últimos meses se convirtió en lo más parecido a una princesa del pueblo. La conexión de su figura con los venezolanos no se vio llegar, pero ha acabado de golpe con la desesperanza que desde hace años se había instalado en una sociedad más pendiente de sobrevivir en el día a día de la crisis económica que de derrotar al chavismo. Las estrategias fallidas de la oposición durante los últimos años no pasaron factura a Machado, que desde hace tiempo se había deslindado de casi todas sus decisiones, por lo que no le resultó difícil renovar su nombre y su mensaje.

Miles de personas han respondido a su llamada desde todos los puntos del país, de los más ricos a los pobres, incluso entre los caladeros de voto del chavismo. También en el exterior, a donde han emigrado 7,7 millones de venezolanos en los últimos años. El desencanto con el Gobierno y con una oposición que de tanto dar bandazos había sembrado desconcierto, aupó a esta mujer de ideas claras, que busca dar un giro completo a la economía del país, y de paso conecta con el dolor de tantas familias rotas con un mensaje muy poderoso: ella también es una madre que echa de menos a sus hijos, pero que decidió quedarse en Venezuela para luchar por dejarle un país mejor a los suyos y a los de los demás.

El chavismo trató de minar el crecimiento de una figura incómoda con el anuncio el pasado junio de su inhabilitación para ejercer cargos públicos durante 15 años, una argucia legal denunciada internacionalmente y que relanzó su candidatura dentro y fuera del país para las primarias, pero que ahora puede suponer un freno a sus aspiraciones electorales. En los acuerdos firmados la semana pasada en Barbados entre el Gobierno y la oposición se acordó autorizar “a todos los candidatos y partidos políticos”, pero el chavismo ha alejado esa posibilidad sobre Machado. Ella, con unos índices de popularidad mucho más altos que los de Maduro, podría poner en serio peligro la permanencia del chavismo en el poder en caso de celebrarse unas elecciones con todas las garantías democráticas.

De entrada, ese es su horizonte más próximo para doblegar al Gobierno. Machado se define a sí misma y a su partido, Vente Venezuela, como “liberal” en lo político, económico y programático. Su visión política gira en torno a una reducción del Estado como proveedor de políticas públicas, al lanzamiento de las posibilidades del empresariado y al impulso del libre mercado para la creación de riqueza y generación de empleo. Su visión de gobierno tiene un sesgo manchesteriano, no muy diferente al que habrían podido tener Margaret Thatcher, Ronald Reagan o, en América Latina, Sebastián Piñera. Ella misma se mira en esos espejos. “Margaret Thatcher tuvo el valor de defender sus valores toda su vida contra todo lo que se le opuso”, tuiteó en 2013, quizás en una alusión a sí misma, que aún tendría por delante una década de ninguneo por parte del chavismo y la oposición antes de esta victoria.

Machado, y más ahora que ha reunido bajo su nombre a opositores tan diversos, se una a esa nueva corriente política de perfiles que no quieren ser etiquetados ideológicamente. “Si plantear que la erradicación de la pobreza es una responsabilidad de toda la sociedad es una idea de izquierdas, entonces soy de izquierda. Si creer en la libertad personal, en la inversión, en la productividad es un tema de derechas, entonces soy de derecha”, sostuvo en 2012. Ella tiene una postura tolerante y flexible en temas como el aborto, -sobre el que pide abrir en el país el debate en torno a su despenalización en caso de violación-, el uso de la marihuana medicinal y defiende el matrimonio gay. Aunque es una mujer que se presenta como creyente, niega que su fe vaya a verse reflejada en su acción política.

La candidata opositora se ha propuesto privatizar la empresa pública Petróleos de Venezuela (PDVSA), todo un tabú para la política local, y devolver a sus propietarios todas las empresas expropiadas por el chavismo, entre la que se encuentra Siderúrgica Venezolana, la compañía de la que su padre (fallecido este año) fue presidente del Comité Ejecutivo. Machado quiere desregular los controles, promete castigar la corrupción y promover una amnistía general de presos políticos, fomentar el crecimiento hacia afuera y retomar el contacto con los organismos multilaterales.

Con influencia de economistas como Ludwig Von Mises o Milton Friedman, tiene una interpretación de la política local a la derecha de los partidos tradicionales de la democracia venezolana anteriores al chavismo. Una visión algo más estadounidense que europea sobre la distribución de los fondos sociales para generar bienestar y un discurso profundamente anticomunista. En lugar del tradicional Estado promotor socialdemócrata del siglo XX, Machado propone la reducción del asistencialismo y la construcción de una sociedad sin muletas para acabar con el peso del Estado petrolero en la vida de la población, donde recoge una idea muy presente en pensadores venezolanos, a los que se refiere con frecuencia, como el novelista Arturo Uslar Pietri y el intelectual liberal Carlos Rangel.

Sus ataques al chavismo y su enemistad con gran parte de la oposición la convirtieron en una política solitaria que ahora tiene la obligación de unir a todos los que desean un cambio y que, según la movilización en las primarias y las encuestas de popularidad, son mayoría. Machado está segura de que a su lado hoy caminan bases chavistas y opositores de todos los espectros, rendidos ante su figura. De ese apoyo popular, de la no siempre segura unión de todos los partidos opositores y de la presión que ejerza Washington sobre Caracas dependerá su camino hacia las presidenciales, en las que debe deshacerse de la inhabilitación impuesta por el chavismo si quiere inscribir su candidatura para 2024.

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