El presidente Kennedy y el gobernador de Texas, John Connally, acompañados por sus esposas, minutos antes del asesinato, el 22 de noviembre de 1963 en Dallas.Bettmann Archive

Sesenta años después del asesinato de John F. Kennedy en Dallas, las teorías sobre el primer magnicidio de la historia retransmitido en directo se han estirado como el chicle, tanto en su versión documental (un ritornello constante sobre los hechos) como en la insondable dimensión conspiratoria: los supuestos flecos sueltos, las zonas de sombra de un acontecimiento histórico que aún hace correr ríos de tinta. En el primer apartado se inscriben dos documentales estrenados este mes y en el segundo, la aparición de un testigo que supuestamente desmonta la teoría de la bala mágica, establecida por la comisión especial investigadora, la Comisión Warren, en 1964: el único proyectil que de una tacada habría matado al presidente y herido al gobernador de Texas, John Connally, que viajaba con él en el descapotable. Según el citado testigo, Paul Landis, uno de los cuatro agentes secretos que aquel día protegían, de pie en el estribo, al mandatario, no fue así.

De haber existido las redes sociales en 1963, hechos probados, indicios, sospechas y especulaciones hubieran alimentado una hoguera infinita. Pero por encima de los recuerdos está la leyenda, que sigue sobrevolando EE UU como si los hechos hubiesen sucedido anteayer. El caso JFK cobra además actualidad gracias al salto a la arena política de su sobrino Bobby Kennedy, con un nada desdeñable 24% de intención de voto como candidato a la presidencia en 2024. Kennedy es para EE UU el mito del eterno retorno: las periódicas reencarnaciones de la historia de esta familia patricia, lo más parecido a una dinastía que ha tenido el país. La dinastía de Camelot.

Los hechos probados por la Comisión Warren y toda la documentación acreditada en los Archivos Nacionales de Washington, que dispone de un centro específico y una exposición permanente sobre el magnicidio, han sido desafiados por Landis, que afirma haber hallado una segunda bala en el respaldo de la limusina de Kennedy. Esa hipótesis hace dudar de la existencia de un solo tirador, Lee Harwey Oswald, detenido por el asesinato y asesinado a su vez dos días después en los sótanos de la comisaría central de Dallas cuando se hallaba bajo custodia.

De toda la documentación oficial relativa al caso, el 97% es de acceso público. Hace 11 meses, el servicio de investigación de los Archivos Nacionales cifraba en solo 515 el número de documentos clasificados en su totalidad y en otros 2.545 los clasificados parcialmente. La decisión más reciente al respecto es un memorando del presidente Joe Biden, del 15 de diciembre de 2022, en el que establece que “desde la fecha de este memorando hasta el 1 de mayo de 2023, los organismos pertinentes y NARA [Administración Nacional de Archivos y Registros] revisarán conjuntamente el material restante en los archivos […] con el fin de maximizar la transparencia y divulgar toda la información en los registros relativos al asesinato, excepto cuando razones más poderosas aconsejen lo contrario. Cualquier información que las agencias propongan para el aplazamiento continuado de la divulgación pública más allá del 30 de junio de 2023, se limitará al mínimo absoluto según la norma legal”.

Documentos clasificados

Ese 3% aún clasificado en virtud del artículo 5 de la Ley JFK, que impone la reserva para salvaguardar la defensa nacional, operaciones de inteligencia o relaciones exteriores, incentiva la imaginación de muchos. Y quién mejor que Landis, que estaba allí, para refutar la historia oficial (que haya tardado 60 años en hacerlo es otra cuestión, ¿tal vez para decir adiós al mundo en paz con sus recuerdos?). En entrevistas concedidas en vísperas de la publicación de sus memorias, The Final Witness (El testigo final), en octubre, el hombre afirma que oyó tres disparos ―no dos, como afirmó en la declaración escrita que remitió a las autoridades una semana después del asesinato― y vio desplomarse al presidente.

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El relato de Landis también da alas a los que sostienen que aquel día hubo más de un tirador en Dallas. Aunque rechaza de lleno las teorías conspirativas, pone en solfa la principal conclusión de la Comisión Warren, según la cual una de las balas disparadas ese día alcanzó al presidente por detrás, con orificio de salida por la parte delantera de la garganta, e impactó al gobernador Connally, hiriéndole gravemente en la espalda, el pecho, la muñeca y el muslo. Parecía increíble que una sola bala pudiera hacer todo eso, por eso los escépticos la llamaron la teoría de la bala mágica.

Los investigadores llegaron a esa conclusión en parte porque la bala se encontró en una camilla que se cree transportó a Connally al Parkland Memorial Hospital, por lo que supusieron que había sido extraída de su cuerpo durante los primeros auxilios. Pero Landis, que nunca fue entrevistado por la Comisión Warren, dijo que eso no fue lo que ocurrió. De hecho, fue él quien encontró esa bala, asegura, pero no en el hospital, sino en la limusina, alojada en el respaldo del asiento trasero donde Kennedy estaba sentado. Landis agarró la bala para evitar que en medio de la confusión desapareciera como prueba, la colocó en la camilla de Kennedy en el hospital y luego, no sabe cómo, apareció en la de Connally.

Uno de los agentes secretos se precipita sobre el presidente, al que auxilia su esposa, Jacqueline, tras ser alcanzado por los disparos.Bettmann Archive

Landis siempre pensó que Lee H. Oswald fue el único pistolero, pero “en este punto, empiezo a dudar de mí mismo,” dijo al diario The New York Times en septiembre. La investigación concluyó que las balas fueron disparadas por un rifle Mannlicher-Carcano C2766 hallado en el sexto piso del Depósito de Libros de Texto de Texas, hoy un anodino edificio de la Administración. Si el gobernador Connally, como apunta el testimonio de Landis, fue alcanzado por otra bala, no parece probable que Oswald hubiera tenido tiempo de recargar tan rápidamente el rifle.

Los informes médicos post mortem son los protagonistas del documental JFK: What the Doctors saw (JFK, lo que los doctores vieron), que recoge las vivencias de los médicos en la sala de urgencias del Parkland Memorial Hospital al que fue trasladado el presidente. La crítica del New York Times despacha el documental de manera muy gráfica: “Mientras que algunos documentales parecen resúmenes de una página de Wikipedia, Lo que vieron los médicos se parece más a una sesión de preguntas y respuestas con Siri”, la asistente virtual de Apple. Pero los testimonios que reúne también contradicen los hallazgos de la Comisión Warren, como por ejemplo el orificio de entrada frontal en la garganta de una bala que, según algunos médicos, indica que hubo más de un tirador. El documento, de hora y media de duración, desentraña también las incoherencias entre las lesiones que los médicos apreciaron en el hospital de Dallas y el informe de la autopsia, realizado en Bethesda.

La miniserie documental JFK: One Day in America (JFK: un día en EE UU) aborda en tres capítulos la intrahistoria de aquel 22 de noviembre de 1963. Según la crítica del diario The Wall Street Journal, el principal mérito de esta producción de National Geographic es ensamblar lo conocido y lo inédito, si es que queda algo por descubrir de aquellos días que conmocionaron al mundo. Y parece que sí: metraje privado, tomas relativamente desconocidas y ángulos poco familiares ―de Jack Ruby, por ejemplo, merodeando entre la prensa y la policía en la comisaría de Dallas la noche antes de matar a Oswald; o de Jackie Kennedy entre la multitud, esperando para acompañar el féretro de su marido en el avión de regreso a Washington― generan una sensación de intimidad casi familiar, de una congoja muy cercana al luto. El documental incorpora material nuevo, como los testimonios de dos agentes del servicio secreto, Clint Hill y el citado Landis, que no comenta su teoría balística.

Las especulaciones sobre el personaje de Ruby, figura secundaria del hampa y asesino de Oswald cuando este estaba bajo custodia ―una hazaña que suscitó casi tantas dudas como el magnicidio― aparecen plasmadas en testimonios de periodistas, asombrados por el hecho de que Ruby, viejo conocido y confidente de la policía de la ciudad, pudiera moverse con libertad por un escenario tan seguro como la comisaría. En 1964, la Comisión Warren concluyó que Ruby actuó solo, para vengar la muerte de Kennedy, igual que actuó solo el magnicida Oswald. Teóricamente, al menos. Para los suspicaces, el disparo que acabó con la vida de Oswald en el sótano de la central de policía de Dallas fue el cerrojazo de una supuesta conspiración para acabar con Kennedy. Dos asesinatos en apenas 48 horas, transmitidos en directo por las cámaras que, junto con el del hermano del presidente, el senador Robert F. Kennedy en 1968 ―padre del actual candidato a la Casa Blanca―, abrieron las compuertas de la violencia política en el país.

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