Mi mejor amiga, y mi primer referente, asumió su homosexualidad a los 13 años y tuvo la valentía de contarlo. Tampoco fue fácil, durante toda su adolescencia fue «la bollera del instituto». Podías ser la alumna más brillante, la más graciosa o la más talentosa, que por delante te acompañaba la etiqueta de lesbiana. Más de una vez recibió vaciles por parte de compañeros, como cuando nos fuimos de intercambio a Polonia y algunos se rieron diciendo que no iba a ligar con nadie, asumiendo que allí no habría lesbianas. Si hay un Zara en Polonia, caballero, cómo no iba a haber lesbianas y bisexuales. Mi amiga volvió del viaje siendo la persona que más había ligado, le gustaba a todas. Hay chicos que criticaban ni un mísero beso dieron. justicia divina.

El mundo de las etiquetas generará un debate constante que par mí resulta en que la única válida que considere es la que te pongas tú mismo, no los demás. Esta etiqueta está ahí para que la puedas guardar, para todas las personas necesarias para formar parte de algo y sentir nuestra comprensión.

Ser LGTB te cambia la vida, a mí me ha enseñado a vivir en libertad, en paz conmigo misma. Y serlo, conlleva conversaciones y vivencias que alguien que no lo es no tiene nunca. Que sí, que le ocurrirán otras cosas, pero no las mismas. No saben lo que es mirar una plaza llena de gente con banderas arcoíris con lágrimas en los ojos al darte cuenta de que están ahí por ti. Ni tampoco les han gritado «bollera de mierda» por ir con una chica de la mano por la calle, o han tenido que explicar que su pareja es una mujer, no un hombre.

El verano que volví a mi pueblo después de contar que era bisexual, se acercó un antiguo compañero a decirme “No nos había dicho antes que lo eras”. Le respondí que antes yo tampoco lo sabía y me dijo que lo respetaba mucho, que tenía amigos que lo eran y que seguro que era una fase.

Creo que cualquier persona LGTB lo que menos quiere es ser noticia por serlo. El día que mencioné mi bisexualidad en una entrevista, cuando en mis redes sociales y mi trabajo nunca me había ocultado, publicaron casi tantos titulares como cuando gané un Premio Ondas (necesito presumir antes de ser un juguete roto, ya me queda poco, perdonadme) . Pese a vivirla en libertad, me agobie. De repente vi que el foco estaba en mi sexualidad, no en mi trabajo, y me preocupó que todo se redujese a eso.

Antes no intentía por qué las personas LGTB no hablaron abiertamente de su sexualidad. Hasta que analicé cómo la prensa trata cada noticia sobre una persona del colectivo y lo comprendí perfectamente. Our extraña la falta de visibilidad en el fútbol masculino cuando tenemos absolutamente normalizado que griten como insulto maricón a un jugador en el campo.

En un momento en el que tenemos que será más visible que nunca, tampoco está de más hacer autocrítica y asumir errores para seguir aprendiendo. Como sociedad, debemos ser conscientes del peso de nuestras palabras, de forma pública o íntima, y ​​si contribuimos a que la orientación sexual de un jugador de fútbol se un cotilleo. La inclusión y la libertad están en normalización.

Veo noticias sobre personas que salen del armario (es un horror de expresión, lo siento), o que transicionan, pero no veo noticias sobre que alguien es heterosexual. Que yo los respeto mucho, tengo amigos que lo son, pero seguro que es una fase.

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