Mientras decenas de miles de palestinos de la Franja huían hacia el sur del enclave siguiendo el ultimátum del ejército israelí con la esperanza de alejarse de los bombardeos, un grupo de cristianos refugiados en la iglesia católica de Ciudad de Gaza celebraba el bautizo de un niño de 11 meses llamado Daniel. Esta imagen del pasado 15 de octubre, casi irreal, quiso ser un mensaje al mundo: “Nosotros elegimos la vida, pese a estar rodeados de muerte”. A George Antone, responsable de Cáritas-Jerusalén en la Franja, se le quiebra la voz al recordar ese momento. Está agotado y aterrado, admite en una conversación telefónica con este diario.

“Estamos muertos de miedo. La mayoría piensa que no saldremos vivos de la iglesia, que nos van a bombardear. Pero hay que seguir, hay que ser fuertes. Estamos en casa de Jesús, estamos en sus manos”, cuenta desde la iglesia de la Sagrada Familia de Ciudad de Gaza.

Entre los más de dos millones de habitantes de la Franja vive una diminuta comunidad cristiana de unas 1.000 personas que no deja de mermar con el paso de los años, sobre todo desde que el movimiento islamista Hamás se hizo con el control del enclave en 2007. A la falta de libertad y al aislamiento que domina las vidas de los gazatíes debido al bloqueo que Israel impone desde hace 16 años, se suma, en el caso de los cristianos, una exclusión laboral y social impulsada por sectores vinculados a Hamás y a otros movimientos islamistas radicales también presentes en la zona.

“Desgraciadamente, tenemos bastante experiencia en guerras y cuando vimos el ataque de Hamás el día 7 [de octubre] supimos que habría una respuesta militar israelí enorme. Mi esposa, mis tres hijas y yo decidimos refugiarnos en la iglesia. Poco a poco, fue llegando más gente que tenía miedo en sus casas o que lo había perdido todo. Ahora somos 500 cristianos aquí”, explica, pausadamente, Antone, de 42 años. Al grupo se ha unido un sacerdote egipcio, el padre Yussef, y alrededor de una decena de monjas de diferentes congregaciones. Todos saben bien que corren un riesgo enorme y hasta los más optimistas se sintieron desfallecer el pasado jueves, cuando la iglesia ortodoxa, situada a pocos metros de la suya, fue alcanzada en un bombardeo en el que perecieron al menos 18 personas, de las más de 350 que se refugiaban en su interior.

Consciente de que vive en un polvorín, la comunidad cristiana de la Franja creó hace algunos meses un comité de gestión para las futuras crisis y empezó a prepararse para momentos difíciles, explica Antone. “Comenzamos a almacenar colchones, mantas, productos de higiene, combustible y alimentos no perecederos, a preparar generadores y vimos cómo podríamos comprar rápidamente agua y otros víveres en caso de emergencia. Vivimos aquí y conocemos la situación. Temíamos que algo iba a pasar porque en Gaza la violencia es cíclica, aunque esto ha superado nuestras peores previsiones”, reconoce.

Cuando el ejército israelí advirtió a la población civil de que debía desplazarse hacia la zona sur del enclave para preservar la vida, la inmensa mayoría de las familias cristianas decidió no moverse de la iglesia. “En este momento, podemos aguantar hasta dos meses aquí dentro. La idea es garantizar la supervivencia de la comunidad cristiana de Gaza cuando la guerra termine. No queremos vernos obligados a irnos de aquí, nuestro lugar está en Gaza”, explica Antone, que nació en una familia de refugiados palestinos en Líbano y volvió a la Franja en 1994, animado con el optimismo generado por los acuerdos de paz de Oslo y con la esperanza de participar en la construcción de un Estado palestino.

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“Todos somos palestinos”

“Lo siento, estamos en plena evacuación de las personas de la iglesia ortodoxa. Vamos a tener que hablar más tarde”, responde al teléfono, agitada, Nisreen Antone, esposa de George y responsable de los proyectos del Patriarcado de Jerusalén en Gaza, horas después del bombardeo del templo ortodoxo de San Porfirio, el más antiguo de Gaza. “No sabemos cuántos muertos hubo, creemos que hay gente aún bajo los escombros. No hay palabras para expresar cómo nos sentimos hoy”, agrega la mujer.

Varios cristianos sollozan ante los cadáveres de las víctimas del bombardeo israelí que dañó parte de la iglesia de San Porfirio de Gaza, el 20 de octubre.STRINGER (REUTERS)

Horas después, eran enterrados 18 cristianos fallecidos en este bombardeo. Un total de 40 supervivientes y varias personas heridas fueron acogidos en la iglesia católica, donde hay médicos y enfermeras entre los refugiados. La familia Antone insiste en que las autoridades eclesiásticas en Jerusalén han informado al ejército israelí de que las iglesias y sus instituciones asociadas, como las escuelas católicas, son refugio de centenares de personas, “gente de paz que no tiene nada que ver con este conflicto”.

“Pero todos somos palestinos, no hay ninguna diferencia entre los palestinos musulmanes y nosotros. No somos una excepción y estamos permanentemente en peligro. Solo intentamos sobrevivir, pero no sabemos qué va a pasar, qué nos deparan los días venideros”, expresa, con angustia, George Antone.

El Patriarcado Ortodoxo Griego de Jerusalén denunció duramente este ataque y subrayó que tomar una iglesia como blanco militar, cuando además está “prestando refugio a ciudadanos inocentes” que perdieron sus casas, “es un crimen de guerra que no puede ser ignorado”. Un portavoz del ejército israelí declaró a la agencia Reuters que sus aviones de combate atacaron un “puesto de mando de una organización terrorista” y “una pared de una iglesia en la zona resultó dañada” e informó de que el “incidente está revisándose”.

Un frágil equilibrio

Desde hace años, los cristianos de Gaza se mueven en un frágil equilibrio entre las autoridades islamistas de la Franja, el diálogo con Israel y la preservación de sus costumbres. Ha habido momentos en que la iglesia y sus fieles, fácilmente identificables por sus apellidos y apariencia, especialmente las mujeres, han sido objeto de amenazas y de algunas agresiones. En el pasado, los cristianos ocuparon también puestos importantes en el gobierno, universidades y organismos palestinos, pero han desaparecido paulatinamente de la vida pública de Gaza y en el mejor de los casos trabajan en entidades católicas como Cáritas o alguna ONG. A diferencia de las grandes familias cristianas de Cisjordania, a menudo influyentes, sin dificultades financieras y bien integradas en la sociedad, en Gaza ser cristiano significa enfrentarse a un complicado y diario camino de obstáculos.

Esto hace que muchos hayan hecho las maletas. En 2007, había en la Franja unos 7.000 cristianos, siete veces más que ahora. En todos los territorios palestinos, la comunidad no llega al 2% de la población. Dentro de la comunidad cristiana de Gaza, los católicos no superan los 130.

El día a día dentro de la iglesia de la Sagrada Familia está perfectamente organizado para ahuyentar la sensación de caos y ahogar el miedo. Dos misas, una por la mañana y otra por la tarde, rezo del rosario, momentos para cocinar y limpiar… “No salimos apenas porque eso significa arriesgar nuestra vida. Solo si es necesario procurar algún medicamento que no tenemos o atender a alguien que está en nuestras escuelas, donde sí hemos recibido a algunas familias musulmanas”, explica Antone.

Cuando hay una amenaza de bombardeo cerca, los responsables de la seguridad dentro del templo organizan rápidamente a los presentes, les ayudan a moverse a uno de los refugios que se habilitaron en zonas más seguras de la iglesia, donde también hay agua y comida, y se ocupan de los niños, de los ancianos y de los discapacitados del grupo.

Para George Antone, uno de los pocos momentos de paz en estos días han sido las tres llamadas que ha hecho el papa Francisco: “Se interesó por la comunidad, por cómo estábamos viviendo dentro de la iglesia y nos deseó que podamos volver pronto a nuestras casas. Ojalá”.

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